El pasado cinco de noviembre la escritora Lola Valle presentó en Estepa su libro "LAS MANOS DE MI MADRE", en un acto organizado por el Club de Lectura LA PLAZA.
RECIBIR EL AROMA DE ESTEPA
El marido de la maestra de Lagos, Don Manuel, quien ostentaba el don, por estar casado con Doña Carmen, trabajaba solamente un mes al año, el mes previo a los días de Pascua, así llamábamos a la Navidad. Don Manuel, a quien tampoco le faltó un sobrenombre, en diciembre era más nombrado por su apodo, Borreguito.
Fueron los únicos días del año en los que vimos el sudor resbalar por su frente. En este mes se unía al sudor de los hombres del campo. Como ellos, cogía él, aunque solo por esos días, un carrillo-mano, con el propósito de distribuir las cajas de 5 kilos de mantecados de Estepa; única carretilla del lugar que no estaba descolorida.
La pintura seguía intacta. A su paso por el Barrio, por Triana, por el Barrio de la Punta…iba distribuyendo el olor dulce de Estepa, olor que no descascarillaba la pintura: olor a canela, manteca, azúcar, ajonjolí…Dejaba en nuestras casas el sabor dulce de las manos de Micaela, Carmen, María, Teresa, Loli…
En las casas del rebalaje, en los días de invierno, cuando llegaba el temido oleaje y teníamos que sacar con cubos el agua de la mar; en aquellos días húmedos, desliar un mantecado, sentir el crujir de su envoltorio, amasarlo en la mano, traía la calma de tierra adentro.
Mi madre todos los años compraba una caja y la colocaba en la alacena. No podíamos abrirla hasta que llegara el primer día de Pascua porque el día de Nochebuena probábamos los que ella había amasado con sus propias manos. Esta caja la guardaba sobre todo para convidar a las visitas (no todo el mundo en Lagos se permitía esta compra).
En el platillo de Duralex, junto a sus roscos que desparramaban azúcar por sus bordes, siempre colocaba un par de mantecados de Estepa. Los consideraba un adorno para sus roscos, un complemento; admiraba que estuvieran liados y observaba, cómo cada visita lo desliaba y cómo cada persona iba acompasando el bocado con la copilla de aguardiente. El único polvorón que venía en la caja se lo guardaba a su hermana Adoración.
Don Manuel dejaba la caja semanas antes de la Navidad, cuando mi madre lo veía subir la cuesta, sudando, decía:”ya está Borreguito aquí, cada año asoma antes”. Así que teníamos tiempo de contemplar la portada de esa caja de cartón, que casi siempre era un Nacimiento y teníamos tiempo de contemplar la primera hoja del almanaque con esas letras rojas que ponía Feliz Año Nuevo. A mi madre le gustaba colgar el almanaque en cuanto llegaba, de este modo el futuro aguardaba su instante.
En ese almanaque, yo contemplaba el dibujo de las fases de la luna (nueva, creciente, llena, menguante) y los números rojos de los días festivos. Sin que mi madre me viera, alzaba esa primera hoja para ver la luna pintada de negro. ¿Intuía la niña el tiempo fugitivo? Mi madre miraba la caja cerrada, el Nacimiento, y suspiraba: “es que aquí dentro hay mucho trabajo, fíjate, Loli, que todo viene liado”. Quería mantener intacto ese trabajo, se sentía unida a otras manos que, como las suyas, amasaban aromas y empaquetaban el tiempo.
Con agradecimiento al Club de Lectura de Estepa, La Plaza, por la presentación del
libro Las manos de mi madre, el día 5 de noviembre de 2022.
Lola Valle